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Feo

Todos los vecinos de la cuadra sabíamos quién era el feo. El feo era el gato callejero del barrio. Al feo le encantaba hacer tres cosas más que nada: pelear con otros animales, comer restos de basura y... digámoslo así, el amor.

La combinación de estas cosas además de una vida entera en la calle le dejaron su huella al feo. Solo tenía un ojo, y donde antes hubo otro ahora quedaba un hueco. También había perdido la oreja del mismo lado, su pié izquierdo daba la impresión de haberse roto en algún momento y haberse curado en un ángulo antinatural lo que hacía parecer que siempre estaba a punto de dar la vuelta. Había perdido su cola hace mucho dejando únicamente un muñón que constantemente sacudía.

El feo hubiese sido un gato atigrado, excepto por las heridas que cubrían su cabeza, cuello, incluso los hombros. Cada vez que alguien veía al feo tenía la misma reacción "Qué feo gato!"

A todos los niños les advertían que no debían tocarlo, los adultos le lanzaban rocas, lo corrían, le echaban agua o lo pateaban cuando se negaba a irse.

La reacción del feo era siempre la misma. Si le apuntabas con el chorro de la manguera se quedaba quieto en el mismo lugar, empapándose hasta que te aburrías. Si le tirabas cosas se encogía y agachaba como pidiendo perdón. Cuando veía niños corría hacia ellos maullando y refregaba su cabeza en sus manos, rogando un poco de cariño. Si lo levantabas inmediatamente comenzaba a lamer tu camisa, aretes, lo que pudiera encontrar.

Un día el feo quiso ser cariñoso con los perros de un vecino. A ellos no les gustó y el feo quedó muy mal herido. Desde mi apartamento pude escucharlo gritar, y traté de ir a ayudarlo. Para cuando llegué a donde estaba tirado parecía que la triste vida del feo estaba llegando a su fin.

El feo estaba húmedo, sus patas traseras dislocadas, una lágrima parecía rodar sobre la raya blanca que bajaba por su frente. Cuando lo levanté para llevarlo a casa pude escuchar que se quejaba... debía estarlo lastimando terriblemente, pensé.

Entonces sentí una sensación familiar en el oído. El feo, a pesar del dolor y de obviamente estar muriendo trataba de lamer mi oreja. Luego intentó refregar su cabeza en la palma de mi mano, me miró y comenzó a ronronear. Ese feo gato lleno de heridas pedía un poco de afecto, quizás algo de compasión.

En ese momento pensé que el feo era la criatura más hermosa y adorable que había visto. Nunca trató de morderme o rasguñarme, o huir de mí o resistirse de alguna forma. El feo simplemente me miró confiando completamente en que podría aliviar su dolor.

El feo murió en mis brazos antes de poder llegar a casa, pero me senté cargándolo por largo tiempo después de ello, pensando en cómo un maltratado y deforme gato pudo cambiar mi opinión sobre lo que significa tener un espíritu tan puro para ser capaz de amar de forma tan completa y verdadera. El feo me enseñó mas sobre el dar y la compasión que mil libros, discursos o documentales, y por ello siempre le estaré agradecido.

Él llevaba muchas cicatrices por fuera, pero yo llevaba muchas por dentro, y era momento de continuar y aprender a amar verdadera y profundamente. De dar todo de mí y confiar en las personas que quiero.

Muchas personas quieren ser ricas, exitosas, populares, atractivas. Pero yo... yo siempre intentaré ser el feo.
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